Cadáver Exquisito – Culinaria
Tal como lo pregona la definición del cadáver exquisito, una técnica que al parecer fue inventada por los surrealistas en 1925, los integrantes de este grupo acogimos el reto de narrar a varias manos una pequeña historia en torno al barrio Prado. Cada participante escribió un párrafo que sirvió de base para que otro lo tomara así mismo como punto de partida y condujera la historia con total libertad hacia nuevas situaciones e, incluso, incorporara nuevos sitios y personajes. Este es, pues, nuestro primer cadáver exquisito.
Edición 2
Culinaria
Jorge, el padre de Jorgito, siempre compraba crispetas al salir de la misa del domingo en la parroquia de Los Doce Apóstoles. Jorgito era su disculpa para comprar dos paquetes de mil pesos, que terminaban en su estómago, porque Jorgito no era un niño dulcero. A Jorgito lo que le gustaba era que su padre lo llevara a almorzar donde su abuela y le contara una y otra vez la misma historia… Que le narrara todos los detalles de la fatídica cena navideña en la que su padre, a los ocho años, había decidido sorprender a todos los de su casa, al jalar el mantel de la mesa y poner todos los platos, los vasos y la comida fuera de lugar.
por: Juan Guillermo Romero
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Era costumbre en nuestra familia reunirnos a almorzar en la casa de la abuela, donde se juntaban los primos, las tías y los nietos. Antes de esto había un evento que atraía la atención de todos: llegar hasta el Parque Bolívar para oír la retreta con su banda de músicos elegantemente vestidos, alrededor del libertador Bolívar. Esto era un ritual de los domingos, donde se conjugaba la música, el encuentro con amigos y familiares y disfrutar un cono de helado en la heladería San Francisco. El parque Bolívar era parte del barrio hasta que la Avenida Oriental nos separó de éste y de la catedral Metropolitana.
Volviendo a la historia de siempre, como te contaba, estábamos sentados en el comedor de la abuela, la mesa era impecable, todo en su puesto: los cubiertos, los vasos, los diferentes platos, con una deliciosa torta y un exquisito dulce de mora, el mantel blanco de encajes y sus servilletas. Resaltaba un pequeño arreglo de flores en el centro de la mesa. Así disfrutábamos de las comidas con la sazón de la abuela, entre risas y conversaciones interminables.
por: Mónica Durán
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Los momentos en familia siempre resultaban más interesantes cuando no había luz y especialmente si era de noche, pues se convertían en el espacio mágico para concentrar la familia en torno a un improvisado fogón de leña, construido con dos ladrillos guardados en el solar y una improvisada parrilla con dos varillas de hierro o con algo metálico que permitiera elaborar una merienda nocturna. No podía faltar la leña para el improvisado fogón, que una vez puesto en funcionamiento servía para hervir la aguapanela, hacer el arroz, asar la carne y aprovechar las brasas para asar plátano maduro, mazorcas y calentar las arepas.
El oscuro encuentro no estaba completo hasta que comenzaba la repartición del festín. Nos sentábamos a esperar en improvisados bancos de madera, en el suelo o en el tradicional taburete de cuero de vaca que solo usaba la abuela y que permitía apreciar el paso del tiempo por el desgaste de su piel. Pero faltaba lo mejor de la noche, sentados junto a la abuela Ana, ella comenzaba a contar sus historias de espantos y cuentos de brujas… en ese momento cobraba valor el sabor de los alimentos preparados, pues todos los sentidos se ponían alerta, nadie parpadeaba, el susto aceleraba los corazones y se paraba hasta la respiración. La magia de la abuela, se acababa cuando de un momento a otro llegaba la luz y todo volvía a la normalidad. Esas noches, ese sabor indescriptible de la comida en leña, la oscuridad, el sonido de los grillos, y la tertulia al calor de hoguera seguirán vivos en nuestra memoria.
por: Ana Cristina
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Los domingos de apetitosos menús en casa de la abuela se entremezclaban con los encuentros semanales que la mamá de Jorgito tenía con sus amigas del barrio. Con una programación exacta y la definición del lugar para el encuentro, se lograba una rotación perfecta hasta volver a empezar en casa de doña Margarita. Era común para Jorgito ver llegar a las amigas de su mamá con los ingredientes necesarios para lograr las más suaves galletas de mantequilla y las maríaluisas doraditas como el sol, rellenas de arequipe o mora. Era difícil superar el sabor agridulce que lograba la abuela. Llegaban detrás de las entusiastas señoras, los respectivos hijos, de la misma edad de Jorgito, que jugaban tardes enteras y recibían como premio una porción de tan exquisitos horneados.
Tantas tardes de olorosos manjares despertaron en Jorgito y sus amigos el interés por imitar a las madres. Mientras las señoras descansaban en la sala, acordaban la próxima jornada y distribuían ingredientes, los muchachos se colaron a escondidas en la cocina. Jorgito sabía muy bien dónde guardaba doña Margarita los huevos, la harina, la mantequilla
por: Marta García
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¡Manos a la olla! dijo Jorgito sintiéndose el nuevo cocinero. Sus amigos soltaron una carcajada al verlo en dicha actitud, pero apoyaron el experimento con los ingredientes que tenían a mano…y a partir del recuerdo de algunas recetas de sus madres lograron hacer una mezcla con un sabor y textura algo extrañas, era evidente que el arte de cocinar requería de detalles que se adquirían con la experiencia y las recomendaciones heredadas, por ello decidieron pedir ayuda a sus madres las expertas.
por: Adriana Valderrama
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Finalmente, la marialuisa fue llevada a la mesa. Esa tarde comenzaría el sueño de Jorgito por convertirse en cocinero.
Meses después de graduarse en el colegio Jorgito empezó sus estudios de gastronomía en una academia. Cada día que pasaba entre recetas y sabores su pasión por la cocina crecía. Su sueño era tener una repostería propia ubicada en Prado, su barrio.
Jorgito recordaba mucho las tortas de la casa de Iván Saldarriaga, ubicada en Palacé. La familia Saldarriaga Santamaría tenía una tradición culinaria, tanto por la madre de Iván como por su empleada, quien aprendió de su patrona a hacer deliciosas tortas y galletas. Su repostería era muy reconocida por los vecinos, quienes solían encargarle diversos productos para las celebraciones en familia. La torta más reconocida era la de cabellos de ángel, un verdadero manjar recubierto con azúcar caramelizada. En las reuniones nunca quedaba ni un pedazo para repartir entre los visitantes.
La cuñada de Iván, conocida por su origen alemán, era una experta en la fina panadería. Sus panes de diferentes sabores y condimentos eran sus productos más codiciados.
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Ya se acercan las celebraciones navideñas, este año la cena de nochebuena será muy especial: es el debut de Jorgito como chef, ¡es hora de probar su sazón! Quizás sea este el más importante desafío desde que empezó sus estudios. Ya tiene preparado el menú. Su madre le ayudará en la preparación de la mesa y sus primos serán sus mejores asistentes de cocina. La expectativa y la ansiedad invaden a Jorgito este gran día.
por: Sara Betancur
¿Gran día para Jorgito? Si hay que hablar del gran día para Jorge, que ya está grande, y muy grande, es el día en que nació. Ese día en que vino al mundo y empezó con sus primeros pasos y los primeros juegos por las amadas calles de Prado. Ese Barrio que siempre ha llevado entre las venas, que recuerda entre canicas y registran las fotos de la escuela. Es el Prado a donde siempre vuelve, después de los muchos vaivenes que le ha dado la vida, entre los que se cuentan los pasteles de la abuela y las recetas de las tías.
Lo frecuente en su vida han sido las cocinas. Antes, las que visitaba con su madre yendo a saludar a las viejas amigas. Y hoy, las que recorre con frecuencia, porque ya son parte de su día a día, en ese rumbo que le fue casi impuesto después de que intentara con la ingeniería y tuviera que volver al sueño de una tarde de manjares con la improvisada maríaluisa. La verdad es que entre juegos y cocinas, Jorgito no lograba ubicarse en algo que le diera independencia para lograr su propia economía, pues fue otro de esos vagos por los que nadie daba un céntimo, ni apostaba siquiera una propina.