Cadáver exquisito – Movilidad

Tal como lo pregona la definición del cadáver exquisito, una técnica que al parecer fue inventada por los surrealistas en 1925, los integrantes de este grupo acogimos el reto de narrar a varias manos una pequeña historia en torno al barrio Prado. Cada participante escribió un párrafo que sirvió de base para que otro lo tomara así mismo como punto de partida y condujera la historia con total libertad hacia nuevas situaciones e, incluso, incorporara nuevos sitios y personajes. Este es, pues, nuestro primer cadáver exquisito.

Edición Movilidad

Transitar

Un señor del pueblo me alquiló una pieza en Niquitao, tan estrecha que, al ver estas mansiones, no me aguanté las ganas de preguntarle al chofer del bus cómo se llamaba este barrio. Cuando me dijo Prado, yo repetí la palabra en mi mente para no olvidarla. Si mi vida había cambiado tanto de una semana a otra, se valía pensar en otro cambio más. Hace unos días todo era lo mismo en el pueblo: de la casa al parque, a la biblioteca, a una que otra reunión con los amigos, siempre con un cuaderno en la mano, como una especie de símbolo que me permitiera seguir soñando con ese día en el que me convertiría en médico de la Universidad de Antioquia. Pues bien, después de graduarme me traería a la familia a vivir en el barrio Prado. En eso pensaba mientras avanzaba en medio de esas impresionantes casas montado en ese bus de Circular Coonatra, o Circular Conozca, como me dijo un compañero que le decían a esta flota de buses.

por: Juan Guillermo Romero

Sí, hemos visto llegar a muchas personas de diferentes municipios de Antioquía, que cuando pasan por el barrio Prado se enamoran de sus casas y sueñan vivir en una de ellas. Margarita y su familia tuvieron este sueño. Hoy viven en este barrio sintiéndose orgullosos de ser propietarios de una vivienda tan hermosa, con un entorno lleno de árboles, jardines, pájaros y donde viven personas de diferentes clases sociales.

por: Mónica Durán

Aún recuerdo el día en el que conocí a Margarita. Yo estaba sentado en la Panadería Francisco y de repente escuché un estruendo y un grito de una mujer, era Margarita que había sido atropellada por un vehículo que subía a toda velocidad por la Calle 63. Esta calle atemoriza a muchos vecinos. Ella estaba tendida en la calle y yo salí a socorrerla; afortunadamente, el accidente no había pasado a mayores, le hice un chequeo general y como no tenía heridas considerables, decidí llevarla hasta su casa y durante el camino me contó que era bailarina y maestra del Ballet Folklórico de Antioquia.

por: Adriana Valderrama

Ballet, baile…folclórico, ¿Antioquia? Todo es una danza, mi pensamiento es un baile. Ando en un vaivén de pensamientos y recuerdos, las grandes casas, calles algo solitarias. Un hombre callejero pasa. Misterios detrás de cada puerta, sueños esperando, Margarita sigue con su vida… Y yo regreso a casa en mi memoria. Otra vez la palabra Antioquia y me huele a pueblo, al que recorrí con mi cuaderno antes de salir con la maleta llena de deseos. Hoy sigo aquí, después de que papá ha muerto, mientras fumo un cigarrillo y adivino el estrecho corredor que se deja ver con la poca luz que siempre deja encendida don Evelio. Ya casi amanece y debo coger el primer bus que pasa por el frente. Aunque voy a pensar si le salgo al Metro.

por: Marta Cecilia Maya

Hoy es un nuevo día, salgo de mi casa y he cedido ante la idea de recorrer el barrio, de ver el despertar de su ajetreo. Me dirijo al Metro, pero no en la estación Prado sino en la estación Hospital. Para dirigirme hacia allí subo por la calle Venezuela. Cuánta tristeza siento al ver las casonas que se han reformado perdiendo su belleza para convertirlas en bodegas. Giro a la izquierda, camino por la calle Miranda, me reconforta ver alguna casa recuperada como la de Usdidea. Subo por la carrera Palace, me encuentro con hermosas casas patrimoniales convertidas en inquilinatos, sigo caminando, pensando en cuál será el futuro de mí querido barrio. Cuando despierto de mis reflexiones me doy cuenta de que voy por la calle Popayán. Recuerdo la casa de la señora que vendía unas cremas deliciosas donde los estudiantes de la Universidad de Antioquia, que vivían en residencias estudiantiles, paraban para endulzar su regreso de la universidad. Sigo caminando y de nuevo me encuentro con casas convertidas en iglesias cristianas, otras descuidadas y entregadas a organizaciones por parte del Municipio. Me pierdo de nuevo en mis pensamientos y sueño despierto viendo la recuperación del barrio: lleno de árboles, sin basuras, sin habitantes de calle y con sus hermosas casas restauradas y habitadas por nuevas familias. El lugar tranquilo que imaginé como un referente turístico para la ciudad. El anuncio del arribo del tren atropella mis pensamientos. Vuelvo a la realidad, me subo al Metro y en su recorrido pienso cuánto ha cambiado Prado, el barrio que los ricos de ese entonces soñaron al construir sus primeras casas.

por: Luz Myriam Arango

Después del trabajo paso por la casa de Soledad, mi vecina que siempre me consiente y me invita a comer, es como una mamá conmigo. Ella me recibe con un delicioso chocolate caliente acompañado de unos pandebonos recién hechos. Ese olor me trae remembranzas de las tardes en mi pueblo cuando compartía extensas conversaciones con mis abuelos y donde arreglábamos el país. Nos sentamos en la sala de su casa, me encanta ese espacio: la luz natural que entra desde el patio, esas ventanas altas, cada decoración, cada cosa en este lugar es una historia. Allí conversamos de cómo llegamos a este barrio. Le conté la historia de cómo murió mi padre en el pueblo debido al conflicto armado que aún se vive en el campo. Mientras conversamos siento ese olor que anuncia la llegada de la lluvia, el viento empieza a hacer resonar los árboles y los pájaros a cantar confirmando su llegada. Parecen unos árboles de muchos años, seguro tienen muchas historias que contar, lástima que no puedan expresarlas. Que pensamientos tan extraños se me pasan por la cabeza, me sonrío, veo que Soledad se queda mirándome sin entender qué me resulta tan chistoso. En ese momento una voz sale de afuera de la sala, miro hacia la puerta y veo una silueta de una mujer a contraluz. ¡Qué hermosa voz!, pienso. No sabía que Soledad tenía una sobrina tan bonita. A pesar de no cruzar ni una palabra ese día, si nos cruzamos unas miraditas mientras ella le decía a su tía que iba a salir con unos amigos a teatro. Aquí contamos con teatros y colectivos culturales que están empezando a fortalecerse. Siempre que camino por la calle Moore veo a Teatriados, uno de esos teatros al que nunca he ido.

Acostado, esperando que me de sueño para dormirme, pienso en lo feliz que estoy de vivir en un barrio que está teniendo tantos cambios y en el cual anhelo seguir viviendo con mi familia; el sueño que una vez comenzó en un Circular Conózcase, como he decidido bautizar a esa ruta de buses que marcó mi llegada a esta casa… A este barrio.

por: Sara Betancur

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